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Revista Colombia Médica
Universidad del Valle - Facultad de Salud
ISSN: 0120-8322 EISSN: 1657-9534
Vol. 37, Num. 3, 2006, pp. 247-248
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Revista Colombia Médica, Vol. 37, No. 3 , Jul./Sept. 2006, pp. 247-248
Santiago Ramón y Cajal:
Cien años de un premio Nobel
Lilian Chuaire,
M.Sc.*
* Profesora Principal, Facultad
de Medicina, Universidad del Rosario, Bogotá, Colombia.
e-mail: lchuaire@urosario.edu.co
Recibido para junio 6, 2006
Aceptado para publicación junio 15, 2006
Code Number: rc06051
Mi atención
perseguía, en el vergel de la sustancia gris, células
de formas delicadas y elegantes, las misteriosas mariposas del alma,
cuyo batir de alas quién sabe si esclarecerá
algún día el secreto de la vida mental
Con estas cortas y ensoñadoras
líneas quiso Santiago Ramón y Cajal (1852-1934)
explicar en sus Recuerdos de mi vida las motivaciones internas que
lo llevaron a dedicarse, de manera exclusiva, a la exploración
del sistema nervioso hacia 1887, cuando contaba con 35 años de
edad y acababa de ser nombrado catedrático numerario de
Histología e Histoquimia normales y Anatomía
Patológica de la Universidad de Barcelona (1).
Para ese entonces era un joven pobre
y ambicioso, dotado con una inagotable capacidad de asombro. Gran
observador de los fenómenos naturales y además
aventajado intérprete de ellos, le atraían diversos
campos de la investigación biomédica. Así, con
una memoria titulada Estudios sobre el microbio vírgula del
cólera y las inoculaciones profilácticas y con su
Contribución al estudio de las formas involutivas y
monstruosas del coma-bacilo de Koch incursionó en el campo de
la microbiología, al que abandonó poco después
de haber tenido serias discusiones académicas y
científicas con el creador de la primera vacuna
anticolérica, el controvertido médico catalán
Jaime Ferrán (1852-1929) (2).
Su interés por la
anatomía comparada, que abordó desde un punto de vista
filogenético, muy darwiniano, fue determinante en su
concepción del Manual de histología normal y de
técnica micrográfica, así como del estudio Estructura de los centros nerviosos de las aves (2). Con el fin de
justificar la escogencia del método ontogénico en sus
investigaciones, que lo llevó a utilizar embriones de aves y
mamíferos, en contra del método tradicional con
animales adultos, explicó en sus Recuerdos: El (medio)
más natural y sencillo al parecer, pero en realidad el
más difícil, consiste en explorar intrépidamente
la selva adulta, limpiando el terreno de arbustos y plantas
parásitas, y aislando cada especie arbórea tanto de sus
parásitos como de sus congéneres
Mas semejante
táctica resulta poco apropiada a la dilucidación del
problema propuesto, a causa de la enorme longitud y extraordinaria
frondosidad del ramaje nervioso, que inevitablemente aparece mutilado
y casi indescifrable en cada corte
Puesto que la selva adulta
resulta impenetrable e indefinible, ¿por qué no recurrir
al estudio del bosque joven, como si dijéramos, en estado de
vivero? Escogiendo bien la fase evolutiva (del embrión)
las
células nerviosas, relativamente pequeñas, destacan
íntegras dentro de cada corte; las ramificaciones terminales
del cilindroeje dibújanse clarísimas y perfectamente
libres; los nidos pericelulares, esto es, las articulaciones
interneuronales, aparecen sencillas, adquiriendo gradualmente
intrincamiento y extensión; en suma, surge ante nuestros ojos,
con admirable claridad y precisión, el plan fundamental de la
composición histológica de la sustancia gris
(1).
Semejantes ideas, tan cargadas de
metáforas y significados, permiten aproximarse al intrincado
universo interior de Santiago Ramón y Cajal, donde se alcanza
a vislumbrar al excelso contemplador de la naturaleza, que se
deleitaba y regocijaba en sus parajes, para quien las fibras
aferentes de la capa granulosa del cerebelo no eran tales, sino
fibras musgosas, y quien llamaba series de jacintos a las
células del asta de Amón o pie del hipocampo y a los
glomérulos del cerebelo eflorescencias rosáceas.
Menos conocido fue el interés
del sabio por la psicoterapia hipnótica sugestiva. Con algunos
amigos y colegas fundó el Comité de investigaciones
psicológicas y recopiló además una abundante
casuística de personas enfermas y sanas, entre las que se
encontraba su propia esposa, Silveria Fañanás
García. Sobre el tema publicó el artículo
titulado Dolores del parto considerablemente atenuados por la
sugestión hipnótica (2).
Su prodigiosa imaginación y su
amor por la naturaleza, sumados a sus extraordinarias dotes de
observador y a su perseverancia, fueron determinantes en el proceso
de formación del investigador capaz de formular una
teoría tan revolucionaria para la época, como lo fue la teoría de la neurona , su máxima creación
teórica (1-4). La hipótesis prevaleciente hasta ese
momento afirmaba que entre las células nerviosas
existía una relación de continuidad, de modo que
formarían una verdadera malla o red, donde las señales
nerviosas se podrían conducir sin interrupciones (5). Gracias
a las originales modificaciones que introdujo al método de
tinción cromoargéntico de Golgi, específico para
tejido nervioso, consistentes en lo que él mismo
denominó proceder de doble impregnación, le fue
posible establecer un modelo estructural de funcionamiento del
sistema nervioso, donde las células eran entidades aparte, con
su propia individualidad, aunque intercomunicadas por medio de
uniones especializadas o sinapsis. Obtuvo la evidencia que
necesitaba, inicialmente a partir de la demostración de que
los axones en las células estrelladas pequeñas de la
capa molecular del cerebelo no terminaban en redes difusas, sino en
arborizaciones libres. Después descubrió, no
sólo los axones de las células granulosas de la corteza
del mismo órgano, sino también sus ramificaciones, las
llamadas fibras paralelas. De igual importancia fue su hallazgo de
los contactos sinápticos entre las fibras trepadoras
provenientes de los ganglios de la protuberancia y las células
de Purkinje, ya descritas por el histólogo checo en 1838
(2-4). De forma paralela al planteamiento de su doctrina neuronal, el
sabio formuló la Ley de la polarización dinámica (3,4), que explicaba la conducción unidireccional de la
señal nerviosa.
Sin embargo, la contribución
más importante que hizo al campo de la neurociencia
consistió en aportar pruebas que demostraban que en la
génesis de las complejas interacciones entre las neuronas, el
azar no tenía cabida alguna. El elevado grado de
estructuración y de especificidad entre ellas así lo
indicaba, y aunque nunca formuló explicaciones definitivas al
respecto, sus observaciones no fueron y no podrán ser pasadas
por alto (5).
El descubrimiento de las
neurofibrillas (1903), efectuado mediante la utilización de
una nueva técnica por él ideada, nitrato de plata
reducido, le permitió por una parte defender de los ataques a
su teoría de la neurona y por otra, dar inicio a estudios
más profundos en la fisiología de las células
nerviosas (1,2).
Entre 1899 y 1904 publicó
Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados ,
reconocida en la actualidad como la obra más importante de la
neurobiología (5). En 1905 acometió la
investigación sobre la degeneración y la
regeneración del sistema nervioso, donde demostró que
la regeneración de la fibra nerviosa ocurre a expensas del
cabo proximal del axón de la neurona lesionada, lo que
contribuyó a fortalecer aún más la teoría
neuronal. Los resultados de dicho trabajo se recopilaron en los dos
volúmenes del libro Estudios sobre la degeneración y
regeneración del sistema nervioso (1913-1914) (1-4).
Más de 30 artículos que
reseñan sus hallazgos y teorías, aparecieron en
revistas y magazines (2), una verdadera proeza para la época.
Aunque recibió varias
distinciones, como el premio Moscú (1900) y la medalla de oro
Helmholtz de la Academia de Ciencias de Berlín (1905), el
momento cumbre de su carrera fue en el mes de octubre de 1906, cuando
el Real Instituto Carolino de Estocolmo le otorgó, junto con
su colega Camillo Golgi, el premio Nobel de Fisiología y
Medicina (1-4). Fue en ese entonces objeto de toda clase de
reconocimientos y homenajes, con los que confesaba, se sentía
en extremo mortificado (2).
En el marco de las múltiples
celebraciones del centenario de su premiación, la obra
cajaliana cobra singular importancia, no sólo por la
trascendencia de sus innumerables hallazgos microscópicos sino
por la capacidad de interpretación, integración y
contextualización de los mismos, que los ha mantenido vigentes
mucho tiempo después, algo poco común en el mundo de la
ciencia. Más aún, con los sofisticados instrumentos
propios de la tecnología actual se ha confirmado de modo
fehaciente que Cajal tenía la razón, aunque sus
descubrimientos fueron hechos con un simple microscopio de luz.
REFERENCIAS
- Ramón y Cajal S.
Recuerdos de mi vida: Historia de mi labor científica.
Madrid: Alianza Editorial S.A.; 1984.
- López Piñero JM.
Ramón y Cajal. Barcelona: Salvat Editores S.A.;
1985.
- Laín-Entralgo P.
Grandes médicos: Santiago Ramón y Cajal. Barcelona:
Salvat Editores SA; 1961. p. 315-365.
- Cannon DF. Ramón y
Cajal. 4ª ed. Barcelona: Ediciones Grijalbo S.A.;
1981.
- Hubel DH. El cerebro. 2ª
ed. Libros de Investigación y Ciencia. Scientific American.
Barcelona: Ed. Labor S.A.; 1981.
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